REVISTA AIRE#53 2015 Improvisaciones en torno al caos y al orden :: SOFÍA COURTAUX TEXTOÁNGELES SMART En la pintura de Sofía Courtaux aparecen puestas escénicas que conforman cada una un microcosmos donde parecerían darse cita todas las realidades del universo: lo grande y lo pequeño, el pasado de la historia del arte y la contemporaneidad de su propia vida fáctica, la naturaleza y la cultura, las proyecciones y el azar. Los griegos llamaron al universo “cosmos” (Kόσμος) que significa tanto orden como ornamentación. La idea de una pluralidad bella y organizada bajo un principio articulador complementó las tendencias, también vigentes en la Grecia clásica, que sostenían la presencia de lo impredecible y anárquico, -el “caos” (Χάος)- en la realidad existente. De este modo, tanto el orden como el caos convivieron en un feliz concubinato, erigiéndose como los dos extremos que -metafísica y alternativamente- imperaban sobre las variadas esferas de los seres. A partir de allí, las sucesivas épocas ofrecieron distintas respuestas y soluciones, a veces más complejas, a veces más simples, a fin de lograr entender y asir cuáles son las relaciones que se establecen entre estos dos polos que se ven reflejados en el continuo movimiento y fluir del ciclo cósmico y vital. Hoy, Sofía Courtaux, atravesada ella misma por estas fuerzas contrapuestas y a veces contradictorias, se hace cargo del desafío. “El arte no me vino innatamente, ni estuvo de manera consciente siempre”, cuenta en su casa/taller todavía en construcción. “De hecho provengo de una familia de puros abogados, mucha argumentación y lógica, donde lo que prima es la racionalidad y la ley. Pero yo, desde siempre, me zambullí e interesé por el sinsentido. Hoy mi manera de trabajar refleja un poco eso, parto de la superposición un poco caótica; pongo, pongo, pongo y sólo después ordeno en una composición”. Fue durante un viaje por Europa, donde conoció las obras de Marc Chagall, que decidió volcarse por completo al arte. Si bien toda su infancia había hecho ballet, había escuchado música clásica y mirado pintura de su abuelo Hueso, sin embargo, hasta ese momento, no había estado en su horizonte la posibilidad de una vida dedicada exclusivamente a lo artístico. Una vez que terminó el secundario en Bariloche se fue a Buenos Aires. Estudió Escenografía y luego se decidió por la Pintura, egresando en 2003 de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, siendo parte de la última camada de egresados de esa institución antes de que ésta pasara a formar parte del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Su pintura tiene algo de toda su trayectoria. Como puestas escénicas, generalmente de grandes dimensiones y muy coloridas, conforman cada una un microcosmos donde parecerían darse cita todas las realidades del universo: lo grande y lo pequeño, el pasado de la historia del arte y la contemporaneidad de su propia vida fáctica, la naturaleza y la cultura, las proyecciones y el azar. En “Orden posible en un caos aparente” (100 x 100 cm., técnica mixta sobre madera, 2005) que “perfectamente podría llamarse Caos aparente en un orden posible”- aclara- las pinceladas, de colores intensos, parecen trazar una coreografía llena de vida y movimiento. Un pequeño rectángulo hace foco sobre una de las partes de la totalidad y se superpone sobre ésta, como un comentario, un énfasis o tal vez como una de las tantas redundancias de la vida. En “Otra vez el silencio”(100 x 120 cm., acrílico y carbón sobre tela, 2015) y en“Manito”(80 X 100 cm., óleo sobre tela, 2013) de colores más apagados y tierra, encontramos explícitamente el desarreglo propio de los desvanes, el caos de las bauleras o el abigarramiento de los altillos. Mucha cosa del pasado, arrumbada y llena de polvo, pero vencedora en su lucha contra el tiempo y el olvido. Ahí está todo junto y mezclado, como en “Pajarera”(150 x 100 cm., técnica mixta sobre tela, 2013), las formas y los colores, las líneas atravesadas y las figuras superponiéndose y coexistiendo sin problemas de prioridad o importancia. Como un jolgorio de cosas. Carnaval puro. “Mi salto al vacío es como un primer mamarracho. Es el instante del trompo, suspendido, antes de iniciar la caída. O el salto desde una roca al lago. Mi guía es el instinto y cuando lo sigo me va bien con eso, como cuando juego al ajedrez. Me di cuenta que si planeaba mucho no ganaba. En mi pintura también el accidente está incorporadísimo, como en la naturaleza. Estuve un tiempo en Costa Rica y también esa experiencia me influyó mucho”, dice mientras recuerda los tiempos de los Ticos, y confiesa que ahora enfrascada en los horarios y la responsabilidad de dar muchas horas de clase en la Escuela Primaria y Media, lo que más desearía es poder dedicarle todo el tiempo a trabajar en su taller y a las sesiones de arte con sus alumnos particulares. Por eso también su actual vuelco a la performance, a la reivindicación de la improvisación y al “vuelo boca abajo” del pajarito Woodstock en el comic Snoopy. Y así encontramos hoy a Sofía, esta joven artista visual que también es madre de Violeta (4 años), avanzando sin prisa pero sin pausa, en medio de las complicaciones existenciales propias de toda vida patagónica, reflexionando sobre lo que ella considera un tema apasionante: “qué hay en mi cabeza y qué tiene la gente en su cabeza”. Mirando libros de arte y escuchando música. Encontrando el orden en medio del desorden o insuflando un poco de caos, juego y azar a las ordenaciones un poco anquilosadas de ésta, nuestra vida contemporánea.
Sofía Courtaux, artista de la galeria Farrarons Fenoglio Arte Contemporáneo. 2014 Dibujos con desplazada urgencia. Intuición de lo obtuso sobre un fondo obvio. Para Noé y Stupía hay un acto que permite destacar y reconocer al dibujo sin necesidad de caer en la condición de asociarlo con un único tipo de representación. Dicha idea está en considerar al dibujo como una especie de silogismo gráfico: un “pensamiento lineal” donde al parecer se estructura por esta consecución de fórmulas accionadas. “Una línea, lleva a la otra”. Una idea, lleva a la otra. Los trabajos de Sofía Courtaux producen esta misma ansia y devoción. Infinidades de síntesis inesperadas reaccionan y desarrollan paso a paso simultáneas interrupciones llenas de silencios, simbiosis, encuentros, experimentos de acción y gestualidad migrando de lo abstracto a lo figurativo. Helada es un ejemplo de estos contrapuntos, contradicciones y engaños que emergen como rastros de imagen reconocible. Con inquietas grafías que sospechamos parecen querer evolucionar a un morfema portante, prontamente se aquietan y se congelan en su significado minutos antes de llegar a configurarse como signo y como historia reconocible. Como un choque violento de color y forma, su paleta es cálida y abundante. Como un rastro divagante, los trabajos parecen ser anotaciones y comentarios intertextuales de un lenguaje oculto propio de la autora. Y aunque para el espectador sea un código encriptado, la experiencia visual es tan intensa que ante ella se puede deambular y disfrutar una enorme y viva cantidad de situaciones para dudar y edificar. En Montaña cíclope y Reunidos en el silencio (2014), Sofía Courtaux plasma su estado físico y psíquico a través de una especie de automatismo energético o una improvisación desplazada. Las áreas de acrílico, pastel y carbonilla surgen abiertas, y parecen seguir resonantes más allá de los bordes del cuadro. Con colores agudos y vivos. Sirviéndole el blanco y el negro para dar toques que realzan las figuras, la autora se emparenta con los rasgos de ciertas vanguardias de la abstracción neoyorkina donde culminan en una comunión con el graffiti de acción rápida y fugaz. En Fracción de una montaña de cosas (2014), Courteaux invita y conduce colaborativamente a producir todo tipo de desciframientos. A interpretar líneas en todos sus estados, a elucidar manchas y pinceladas en todos sus modos. Aquí no importa llegar al final, sino que el pivoteo del ojo en su capacidad oscilante y descendente, oficie de guía personal para proyectar un acontecimiento propio. “La oscilación entre el dibujo lineal y la mancha, entre los núcleos múltiples y la composición narrativa, se vuelve casi un acto ciego”. La única posibilidad es caminar desde su propia gestualidad y pulsar la imagen a partir del movimiento propio del encuentro de lo inesperado. Como una entidad sin cuerpo pero funcional y contundente, con una lógica que va y viene de lo lineal a lo formal, de lo formal a lo poético, Sofía avanza más allá de sus dudas y de sus preguntas, porque esos trazos y quizás como anuncia De Sagastizábal, son la búsqueda de “un encuentro, una tentativa de concretar algo que se resiste siempre a hacerse evidente”. Daniel Fischer Curador a cargo
ORDEN POSIBLE EN UN CAOS APARENTE / CAOS POSIBLE EN UN ORDEN APARENTE SOFÍA COURTAUX - 2005 - PINTURA “La nada como preludio a la reconstrucción y no como fin en sí mismo” Pablo D´Amato- Manifiesto del Nihilismo Entrópico
Entrevisiones abisales Desde su gestación la obra es evidencia: impone el absoluto de estar siendo. Y a la vez, en lo focal de la visión está presente lo que la mirada omite. Pues quizá sea ese el proyecto: que la armonía visible sea sobrepasada por la armonía escondida. En la pintura de Sofía Courtaux se diluye el lenguaje. El soporte es límite y no permite incluir la totalidad de un solo plano. Con hábito de silencio, la meditación y la suspensión del color descargan sentidos. Aluden a la huella cifrada de lo escrito, que por ser incisivo contraste de materia, resplandece. Es esta cautelosa inocencia la que juega con lo visto hecho fragmento. Perpetuo inicio hacia la misma brecha donde nada permanece claro, la figura es sospecha. A pesardelapureza–cercanaalacertidumbre–queaparentalaobra,la dispersión de signos y grafías, la encrucijada permanente que señalan, marcan lo provisorio de donde provienen: la base sensible de la experiencia. Comovisión reiniciadael gesto se vuelve sobre si mismo, no en un juego de encastre, sino en una topografía pictórica donde el texto es el fragmento mismo, manifestación de laintensidad:plenitud yvacío.Elespacio,conciencia saturada de tiempo, es orden y desorden simultáneos. El uso del color subraya la sutileza exasperante delo dicho: blanco y negro, opuestos pendulares de un tiempo infinito. A esas orillas llegan formas. Vestigios de una tensión entre la bruma de un gesto adquirido y la supresión unitaria. Acude entonces, la espontaneidad del vacío: el vacío como sorpresa. La reversibilidad del título de la muestra comunica la clave que reviste todo hacer: yo, pero también alteridad, ritual pero también mecánica metatextual. O como diría la propia artista: la pintura, es materia vivida. Pablo Cortondo Febrero de 2005
EL VACÍO (puertas esclusas) Hendidura, agujero, grieta, ventana, puerta, rendija, brecha, quebradura, orificio, salida, entrada. Busco sinónimos en mi archivo mental para hablar de lo que se abre delante nuestro y sugiere por detrás lo que se cierra, por defecto. Hablo de ese lugar exacto en el tiempo: no adelante y no atrás que es el instante, el presente. Hace unas semanas iba en un auto y pensé de la nada en la palabra esclusas, sin saber qué significaba y por el gusto de escuchar como sonaba la fui repitiendo…esclusas... esclusas... esclusas… y en estos días, mirando la obra Van Gogh “El dormitorio de Arlés”, por alguna razón se me ocurrió buscarla en el diccionario y me pareció que era la palabra perfecta para esa pintura: esclusa. Como si se originara un espacio que queda suspendido. Es la espera de Van Gogh (en el pasado), de que se abra esa otra puerta que es el otro (nosotros en el futuro). Lo que me resulta más interesante de las puertas esclusas es el espacio que hay justo en el medio de la entrada y la salida. El lugar del tránsito, del abismo, el no lugar entre sitios definidos y diferentes en tiempo y espacio. La existencia del bastidor como lugar y tiempo presente y también máquina del tiempo. Por más trucos de perspectiva, recorrido de la luz e indicadores espaciales que puedan tentar a nuestro conocimiento del espacio a aceptar el hiperrealismo más crudo, la bidimensionalidad de la obra es una verdad en tanto realidad asumida como tal (el bastidor tridimensional no es la obra, de acuerdo, pero si es un campo de infinitas posiblidades con dos ejes: vertical y horizontal por lo general). Por convención, el escape de las dimensiones ortogonales es dado por la diagonal, la línea oblicua que se fuga hacia un punto ubicado en el infinito para dar sensación de volumen, la tercera dimensión, que también es solo ideal a menos que se encuentre con la cuarta que es el tiempo y logre transcurrir como en el caso del cine. Pero para que algo transcurra más vale que haya quien lo perciba para llegar a ser, o queda en el campo de las posibilidades, un lugar y tiempo más parecidos al limbo o al no ser. Y es que la obra puede ser y no ser. Es, porque está ligada a un pasado, es decir que con su presencia damos cuenta del tiempo en que fue elaborada, podemos imaginarlo. Pero eso sucede si somos sus testigos en tiempo presente, por más que sea solo en una foto o en el relato de alguien que nos la describa. La obra es porque puede ser ubicada en el espacio temporal. Y a la vez puede no ser (aunque exista) porque no la hemos visto, ni nadie jamás nos habló de ella. La obra no existe si no transcurre en el instante de por lo menos una persona y eso la liga al tiempo. La obra de arte es del tiempo y necesita del instante presente de por lo menos un sujeto. En el caso de Lucio Fontana y sus cortes espaciales, al ser ultrajada la obra pudo salirse de su condición bidimensional sin trucos: negando al plano, destruyéndolo al creerlo trampa puesto que al hacerle un tajo descubre lo que era: una tela montada sobre un bastidor. Como un adolescente que corta su brazo para sentir y ver de qué está hecho por dentro o un capítulo de Scooby Doo donde al desenmascarar al criminal descubrimos al villano. Lucio Fontana rompe en el soporte con la idea de pasado y futuro para encontrar el instante entre medio: el vacío (como origen y como fin). Lo primero que se me ocurre cuando tengo la suerte de ver un Fontana es meter el dedo y no puedo evitarlo. Es un asunto de tocar para creer, como el caso del primer tajo que recuerdo y me impactó para siempre en La incredulidad de Santo Tomás, de Caravaggio. Meter ese dedo ahí para intentar comprender al vacío como espacio real entre dos tiempos, como dimensión. El plano no existe en el mundo de las cosas, solo puede alojarse en el mundo de las ideas, de los pactos colectivos. Y es en ese mundo donde reside la esperanza de que de la mortalidad puede ser gambeteada. La búsqueda de dos compuertas como pueden ser las esclusas entre dos lugares, donde pudiera haber un espacio intermedio entre el más acá y el más allá, saltando por fuera del círculo vicioso de muerte vida muerte, ciclos de repeticiones (Sámsara), como somos al ser pasajeros en tránsito entre dos países. Estar entre espacios implica un estar fuera del tiempo de este mundo pero alerta, con un pie de cada lado, como quien al viajar sabe que está cambiando para siempre, que dejó atrás un punto de partida al que nunca podrá volver, por más de que regrese, pero aún no se halla en el destino, sino entre puertas. Creo que la apertura hacia nosotros en Van Gogh es a la espera desesperada de la esperanza (un dolor espiritual). Esperanza de encontrarnos, de trascender, no de manera vanidosa sino de hacernos llegar su visión como verdad posible. La pintura podría ser esa transición: espacio-abismo entre esclusas, presente en la materia pero siempre a un filo de no ser si del otro lado no abre una puerta. En oposición a esta idea, encuentro en la obra de Francis Bacon Figura en el lavabo el dolor orgánico: un hombre desnudo que parece estar tratando de meterse en el agujero del drenaje, intentando con todo su cuerpo escapar del tiempo-espacio propuesto en la pintura. De colarse por un agujero que sabemos imposible de traspasar. La salida tan deseada es materialmente ilógica, es la imagen de una derrota de la que somos testigos. La abertura es un imposible material, una catatónica derrota como la del que se encuentra ya junto al verdugo en la horca, moviéndose en espasmos presintiendo el filo que cortará la carne de su cuello, sabiéndose muerto de antemano. Solo hay una puerta en ese espacio y es de entrada. No es esclusa ya, si no el calabozo de un condenado a muerte. Cuando baño a mi hija de 4 años y llega la hora de salir del agua, saco el tapón y ella salta de la bañadera aterrorizada. Tiene mucho miedo de irse por el drenaje. Le repito que es absolutamente imposible que su cuerpo pase por esos agujeritos, que no hay de qué asustarse y ella pone cara de que lo comprende, pero ya parada del otro lado, envuelta en la toalla. Esto se repite cada vez y lo sostengo para ayudarla a razonarlo y esperando que algún día logre disfrutar dentro de la bañadera la sensación del agua lléndose y los remolinos formándose. De la misma manera que me acercaría al hombre de Bacon a explicarle que lo que está tratando de hacer no tiene caso. No es posible huir por ahí, habrá que buscar otra manera. Para salir de una puerta y pasar a la otra deberíamos llegar enteros, no pasados por una picadora de carne. El cuerpo no es prisión, el espacio no es prisión. Solo son dimensiones de las que podemos salir y entrar si encontramos la forma de hacerlo. La música, el yoga, el arte, el cine, el teatro, le meditación, el sueño o las conversaciones profundas son varias de las maneras de ser en el espacio entre puertas. Para pasar hace falta trascender el miedo a encontrarse con el vacío. De dar un paso a ciegas en el aire como El Loco del Tarot y dejar que sea lo que no es. Sofía Courtaux Junio de 2016